Decía Ortega y Gasset que las ideas se
tienen, pero en las creencias se está. Esto viene a cuento porque
vivimos en una democracia cuyo sentido tiene que ver con la
responsabilidad política, la participación ciudadana y la búsqueda de
una vida digna para todos. Esto es lo que creemos que significa
democracia, nos guste o no. Si este sentido se pierde, si no se cumple
aquello que esperamos, aparecen la indignación y el rencor, los
populismos y nacionalismos excluyentes y, al final, las autocracias. La
palabra «político» no se entiende fuera de esta creencia. Hace unos días
nuestro actual ministro de Economía declaraba que no era un político,
sino un economista que ha trabajado en política. Lo peor es que lo
utilizaba como argumento para poder acceder al cargo de vicepresidente
del Banco Central Europeo. O bien estaba de cachondeo o bien estaba
excusándose de haber estado ocupando la cartera más importante del
Gobierno. Pensemos un poco.
Si se refería a que nadie le había
elegido, que no se había presentado en ninguna lista electoral, de
acuerdo. Pero creo que la clave de sus declaraciones es cuando
contrapone el político al tecnócrata, con quien se identifica. Es decir,
ahora nos enteramos que, después de tanto salto del sector público al
privado y vuelta a empezar, no sabemos si trabajaba buscando el bien
público o el interés particular de las corporaciones. Lo que sí sabemos
por desgracia es que España es el país donde más ha crecido la
desigualdad. Esta es nuestra aportación a la construcción, mejor dicho,
destrucción, de la idea de una Unión Europea.
Domingo García-Marzá. El Periódico Mediterráneo (23/02/2018) El texto se puede consultar en la versión digital del Periódico Mediterráneo: http://www.elperiodicomediterraneo.com/noticias/contra/no-soy-politico_1130857.html
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