Esta semana hay quienes se han rasgado las vestiduras ante la convocatoria de una huelga feminista para el día 8 de marzo, día internacional de la mujer. Existen políticos, en el Gobierno, por cierto, que afirman que estamos ante una huelga elitista e insolidaria, sin que entendamos que tiene de elitista exigir derechos básicos que afectan a más del 50% de la población mundial. No contentos con tales desatinos, otros afirman que la convocatoria va contra el sistema capitalista o que estamos ante el final de la civilización occidental. Algunos partidos han enviado las consignas por escrito para que se coree el mismo ideario. ¿Quién puede sentir tanto miedo ante unas reivindicaciones legítimas y una forma igualmente legítima de reclamarlas? ¿Quién se ve amenazado y por qué?
El principio de igualdad entre mujeres y hombres que la ONU estableció en 1945 y que nuestra Constitución recoge, no se cumple. Más aún, se incumple de forma descarada. Existe una desigualdad real entre hombres y mujeres que afecta a la discriminación laboral y que impide a las mujeres trabajadoras llevar su propio proyecto de vida con dignidad y autonomía. Pero peor aún lo tienen los millones de mujeres que en España no tienen salario alguno, que dependen de su marido –dueño y señor- para poder subsistir. ¿Es tan difícil ver detrás de esta falta de reconocimiento y de recursos económicos las razones de tanto machismo y tanta violencia de género? La igualdad es, y no puede dejar de ser, una cuestión ideológica. El asunto es si estamos a favor o en contra. Y hay que decirlo en voz alta, comprometerse.
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