Nuestros líderes
políticos no están a la altura. No es que no tengan carisma, es que ni siquiera
se les reconoce competencia para gestionar bien lo público. No lo dicen los
expertos, lo piensan todos los ciudadanos que, sondeo tras sondeo, suspenden a
los políticos y a sus partidos. No los ven como solución de nada, sino como el
problema de casi todo. Nunca en nuestra breve democracia el descrédito de las
instituciones políticas fue tan grande, nunca la indignación de los ciudadanos
tan sentida. Esta situación está consumiendo nuestra democracia.
La
desafección democrática se expresa en la falta de interés por la política y en
la desconfianza hacia los políticos y sus instituciones. Si bien los ciudadanos
no dudan en que el sistema democrático es bueno y para nada piensan prescindir
de él, no se sienten emocionalmente vinculados ni comprometidos con la práctica
política. Esta falta de afecto repercute en la participación electoral, así
como en la necesaria implicación ciudadana en la vida pública, sea en el
municipio, en la escuela, etc.
Desafección
significa desmoralización, pasividad y desinterés por la práctica política.
Pero la política no agota las responsabilidades ciudadanas. Nuestra obligación
va más allá que el ir a votar cada cuatro años. Debemos elegir bien a los
políticos, pero lo importante es no dejarlos nunca solos. Si somos capaces de
asociarnos, de organizarnos para resolver por nosotros mismos los problemas,
veremos cómo la democracia mejora y, con ella, también nosotros mismos como
personas. Volveremos a estar altos de moral. Un buen ejemplo lo tenemos en el
éxito de la llamada Marea Blanca.
Domingo García-Marzá. El Periódico
Mediterráneo. (25/04/2015)
El texto se puede consultar en la
versión digital del Periódico Mediterráneo: http://www.elperiodicomediterraneo.com/noticias/contra/desafeccion-democratica_930010.html
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