Que la historia es un proceso colectivo de
aprendizaje lo muestra nuestro propio lenguaje cotidiano. La palabra
miserable es un claro ejemplo. Etimológicamente deriva del latín
miserabilis que significa desgraciado, infeliz, que puede causar
compasión. Sin embargo, en la actualidad tiene también otro significado,
íntimamente relacionado, como si el tiempo y la experiencia se
encargaran de mostrar que dependemos unos de otros, que estamos
recíprocamente ob-ligados.
Por una parte, miserable se refiere a
toda persona que padece necesidad, estrechez o pobreza extrema,
condición de quien es desdichado, es vulnerable o está desamparado. La
fragilidad, injusticia o infortunio, conducen a esta situación. Por
otra, también llamamos miserables a quienes causan o se aprovechan de
tales condiciones, a aquellos que nos repugnan por ser despreciables,
canallas y ruines. Víctor Hugo escribió una fantástica obra titulada Los
miserables, donde narra el vínculo existente entre la libertad, la
posibilidad de actuar bien o mal, y la justicia social, las condiciones
materiales de vida, los recursos disponibles. Hemos tardado muy poco en
olvidar que la libertad depende de un mínimo de igualdad que asegure una
vida digna. Y aquí viene la contradicción. Hoy las clases humildes
votan a quienes les van a quitar lo poco que tienen, cosa que solo se
explica desde el desengaño o la manipulación. Que los políticos no lo
hayan hecho bien, no significa que todos sean iguales. Retroceder en
democracia es avanzar en la miseria. Todos sabemos qué nos espera si
renunciamos a los derechos civiles, políticos y sociales ya alcanzados.
Domingo García-Marzá. Catedrático de Ética (El Periódico Mediterráneo, 01/02/19). El texto se puede consultar en la dirección: https://www.elperiodicomediterraneo.com/noticias/contra/miserables_1200454.html
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