El ministro Wert confirmó lo que ya sabíamos:
las críticas a la universidad pública forman parte de una política
sistemática de destrucción de lo público para convertirlo en un mercado,
donde solo quienes más tienen pueden entrar. Pero le salió el tiro por
la culata. Como indican todos los índices internacionales, y a pesar de
los paupérrimos presupuestos, tenemos buenas universidades públicas.
Pero
«buena» también tiene un sentido ético. Una buena universidad es
aquella capaz de seguir unos valores, de autorregularse e introducir la
transparencia y la participación como claves de su gobierno. Ya tenemos
un código ético, ahora debemos elegir una comisión de ética en el
claustro que se encargue de su seguimiento y control, formada por
estudiantes, personal administrativo y profesorado, de forma paritaria y
con idéntico poder.
Pero aún nos quedan dos piezas más para
cumplir con las exigencias mínimas de una infraestructura ética. En
primer lugar, una línea ética de alertas, sugerencias y denuncias que,
de forma confidencial, permita la participación de todos en el
seguimiento y cumplimiento del código ético, así como en la denuncia de
malas prácticas. Y, por último, una memoria anual que informe a toda la
sociedad de lo que hemos sido capaces de hacer. Por supuesto, siempre
verificada externamente.
Con estos instrumentos de gestión nos
dotamos de una base sólida para ser una buena universidad pública, una
universidad responsable ante la sociedad. Una universidad de la que nos
podamos sentir orgullosos.
Domingo García-Marzá. El Periódico Mediterráneo (26/05/2018). El texto se puede consultar en la página web: http://www.elperiodicomediterraneo.com/noticias/contra/etica-cumplimiento_1149144.html
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