La ética forma parte de
nuestra vida cotidiana, es un saber que poseemos y que nos dice cómo debemos
actuar, qué podemos esperar unos de otros, de familiares, trabajadores,
empresarios, políticos, etc. Nos indica lo que es justo o injusto en toda
relación social, en toda institución. Nadie tiene, tampoco los que nos
dedicamos a estudiarla, un uso exclusivo de la palabra “ética”. La política es
ya la aplicación de este saber a la gestión pública, al gobierno de una
comunidad.
De ahí que
los políticos deberían evitar el uso de la palabra ética en sus discursos y
limitarse a presentar una oferta clara de lo que van a hacer, junto al
compromiso firme de cumplirlo y de irse si no lo hacen.
Cuando el
partido político líder en corrupción nos previene de la crisis moral en el
ejercicio de la política o nos habla de la regeneración ética, nos invade la
indignación al comprobar que ni la vergüenza se salva del circo electoralista.
Los
ciudadanos no somos tontos y descubrimos fácilmente el cinismo y el desprecio
con que se nos trata al escuchar estas palabras. Sabemos muy bien que hablar de
ética mientras se permite expulsar de sus casas a los más desfavorecidos es una
inmoralidad.
Los
políticos han de dedicarse a gestionar bien lo público, a hacer bien la
actividad llamada política, loable y totalmente necesaria. Han de dejar la
palabra ética a los ciudadanos, quienes pueden juzgar si lo han hecho bien o
mal. Sencillamente porque son quienes van a sufrir las consecuencias de sus
decisiones. No confundamos la ética con la política. No hagamos populismo.
Domingo García-Marzá. El Periódico Mediterráneo. (21/02/2015)
El texto se puede consultar en la versión digital del Periódico Mediterráneo:
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