El otro día releía Misión
de la Universidad de José Ortega y Gasset en la excelente edición del profesor
Santiago Fortuño. Es una lectura obligatoria para entender qué es y qué debería
ser la universidad como servicio público. No solo anticipa los males que en la
actualidad nos socavan, sino que presenta algunas soluciones que siguen siendo
válidas para entender y valorar qué son y para qué sirven las universidades.
Una reflexión necesaria si queremos prepararnos y estar altos de moral para
enfrentarnos a los nuevos retos. De lo contrario, según sus palabras: «cuando
el régimen normal de un hombre o de una institución es ficticio, brota de él
una omnímoda desmoralización. A la postre se produce el envilecimiento, porque
no es posible acomodarse a la falsificación de sí mismo sin haber perdido el
respeto a sí propio». Por supuesto que el cometido de la universidad tiene que
ver con la profesionalización y con la investigación, pero ambas tareas no son
nada sin que profesionales y científicos sean capaces de vivir a la altura de
los tiempos, andar con acierto en la selva de la vida, conocer la topografía de
la sociedad en la que viven y a la que sirven. Y para ello hace falta la
transmisión de la cultura, entendida por Ortega como el sistema vital de ideas
que nos permite ver y entender el mundo que nos rodea.
Si queremos renovar
nuestro compromiso social haríamos bien en recordar esta triple función y que
el objetivo último de la universidad no es otro que intervenir en la actualidad
o, como diríamos hoy, la transformación social. Esta es nuestra responsabilidad.
Domingo
García-Marzá. El Periódico Mediterráneo. (24/03/2017)
El texto se puede
consultar en la versión digital del Periódico Mediterráneo:
http://www.elperiodicomediterraneo.com/m/noticias/contra/mision-universidad_1058505.html
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