Año tras año las encuestas sobre valores y juventud nos muestran una
realidad nada esperanzadora. Es un lugar común hablar de juventud y crisis de
valores, pero si pensamos un poco vemos que no se trata de que no tengan
valores, sino de que tienen otros. La cooperación y la solidaridad, por
ejemplo, se han transformado en competitividad e individualismo. Nada que
objetar, si no fuera porque este cambio despoja a los jóvenes de su valor
esencial: su fuerza. Es la juventud quién puede cambiar una situación social y
económica injusta que se empeña, precisamente, en negarles un futuro. Los
valores son necesarios para dar sentido a nuestra vida, para orientarnos y para
motivar nuestras acciones. Gran parte de nuestra juventud se orienta por un
egoísmo consumista que piensa que la felicidad se compra, que nada debe ni
reconoce a los demás, que sigue esperando un estado protector que les salve,
aunque nada quieran saber de él. La pasividad ha anidado en su carácter, ya no
ven que solos no somos nadie. El resultado final nos lo resume el Banco de
España: la riqueza neta de los menores de 35 años se ha desplomado un 93%.
Pero los valores no
están en nuestros genes, están en nuestra cultura. La educación es, y no puede
dejar de ser, una incrustación de valores. La cuestión radica en decidir si
cogemos las riendas de una educación que potencie la participación y recupere
así la fuerza de la juventud o la seguimos dejando en manos del mercado, que no
busca formar personas sino clientes. Y lo está consiguiendo: causas muchas,
rebeldes cada vez menos.
Domingo García-Marzá. El Periódico Mediterráneo. (27/01/2017)
El texto se puede consultar en la versión digital del Periódico
Mediterráneo:
http://www.elperiodicomediterraneo.com/noticias/contra/valor-juventud_1045452.html
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