El otro día tuve ocasión de dar una charla
invitado por la plataforma ciudadana Castellón contra la injusticia y
contra la corrupción, una iniciativa de la sociedad civil a la que deseo
una larga y fecunda existencia, falta nos hace. Vinieron asociaciones y
fundaciones de la sociedad civil, curiosos, amigos y, también, nuestros
representantes políticos. Podríamos decir, irónicamente, que el tema
despierta interés. Otra cosa es saber hasta dónde queremos implicarnos
para que el pasado no se repita.
Es curioso como el lenguaje nos
engaña. Hasta hace bien poco la definición de corrupción era: «abuso del
cargo público para el beneficio privado». De esta forma parece que solo
los políticos y los funcionarios pudieran ser corruptos. Pero la
corrupción es un juego donde hacen falta al menos dos. De ahí que la
definición actual, «abuso del poder en beneficio propio», describa mejor
la realidad. Corruptos pueden ser, entre otros: políticos, empleados
públicos, empresarios y directivos, representantes sindicales,
profesores universitarios, periodistas, presidentes de asociaciones
benéficas, miembros de los consejos escolares, etc. En resumen, todo
aquel que abuse de una posición para su propio interés.
Pero, como
bien decía Ortega, los abusos no son lo más peligroso puesto que la
palabra indica casos aislados y poco frecuentes. Si son tan pertinaces y
generalizados, ya no cabe hablar de abuso, sino de mal uso. La
corrupción es el resultado de los malos usos en nuestras instituciones.
Esta normalidad es clave para entender la actual desmoralización
ciudadana. ¿Cómo crear usos nuevos?
Domingo García-Marzá. El Periódico Mediterráneo. (21/07/2017)
El texto se puede consultar en la versión digital del Periódico Mediterráneo:
http://www.elperiodicomediterraneo.com/noticias/contra/corrupcion-uso-abuso_1082664.html
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